En 1983, Renault Sport inyectó agua por primera vez en sus Fórmula 1 con turbocompresor.
Esto permitió que los motores ganaran potencia (+ 50% en 4 años) aumentando la presión de sobrealimentación. De hecho, esta presión estaba previamente limitada por fenómenos de detonación destructivos que disminuían la inyección de agua.